La combinación de uso de tapabocas y protectores plásticos o cubre ojos logra casi evitar que la carga viral llegue a nuestras mucosas de la boca, nariz y ojos. Después de varias idas y venidas, la Organización Mundial de la Salud (OMS) aceptó el jueves 9 de julio último que el COVID-19 podría contagiarse por el aire en algunas circunstancias.

Así, el organismo internacional actualizó por primera vez desde el 29 de marzo el documento en el que detalla los modos de transmisión del virus para incluir los llamados aerosoles, esas pequeñas partículas que pueden mantener en suspensión unos minutos con carga vírica e infectar a quien la inhale. El anuncio fue en respuesta a un grupo de 239 científicos internacionales que urgió a la OMS y la comunidad médica internacional a “reconocer la posible transmisión aérea del COVID-19”, en un artículo publicado en la revista Clinical Infectious Diseases de Oxford. Según describe el nuevo documento del organismo, se han observado brotes en “algunos entornos cerrados, como restaurantes, clubes nocturnos, lugares de culto o lugares de trabajo donde la gente puede estar gritando, hablando o cantando”.

Otro estudio científico que probó la transmisión aérea fue el que realizó un grupo de expertos de científicos del Departamento de Virología del Centro Médico de la Universidad Erasmus y el Laboratorio de Ciencia Animal del mismo centro en Róterdam (Países Bajos), que llegó a la conclusión de que “existen evidencias robustas de que es posible la transmisión del SARS-CoV-2 a través del aire”. Los hallazgos, publicados por la revista especializada Nature se lograron gracias a un estudio en hurones.

En el experimento, el grupo de expertos contagió a través de las vías nasales a varios hurones con una muestra de SARS-CoV-2 de un turista alemán que dio positivo por coronavirus tras un viaje a China. Seis horas después de la exposición al virus, colocaron a los hurones en jaulas junto a otro que no estaba contagiado. Al día siguiente, en una jaula adyacente y separada por 10 centímetros, introdujeron a otro hurón más que tampoco había sido expuesto a la cepa. Cada jaula contaba con una rejilla de acero que permitía que corriese el aire para limitar la posibilidad de contagio del virus únicamente a la transmisión aérea. Así, en una jaula estaba el hurón sin contacto con otros animales, y en la otra, dos hurones: uno que había sido contagiado con el virus y otro que mantendría contacto directo con él.

“Para evitar contaminación cruzada, tomamos muestras en días alternos de hisopos de la garganta y de vías nasales y rectales de cada hurón”, explicaron los científicos.

Los resultados del experimento revelaron que los hurones que habían mantenido contacto directo con los que estaban contagiados entre 1 y 3 días después de haber sido expuestos al virus. La novedad llegó al comprobar que aquellos animales que habían estado en una jaula independiente, pero que habían respirado el mismo aire, también se habían contagiado.

“En este estudio proporcionamos la primera evidencia experimental de que el SARS-CoV-2 puede transmitirse a través del aire entre hurones, como un modelo de transmisión entre humanos”, concluyen. Sin embargo, aclararon que el experimento no permite evaluar si el SARS-CoV-2 se transmitió por vía aérea a través de gotitas, aerosoles, o ambos debido a que el hurón contagiado y el que tuvo contacto indirecto estaban en jaulas separadas.

La importancia de cubrirse con barbijo y máscara

El gobierno de la ciudad de Buenos Aires, difundió un gráfico sobre la reducción de posibles contagios del coronavirus en distintos escenarios de protección mediante el uso de barbijo, máscara y su no utilización.

“El gráfico es muy claro y remarca lo que venimos sosteniendo desde hace varios meses sobre la importancia del uso de máscaras oronasales en la comunidad, tipo caseros (no indicando barbijos médicos N95 por sus escases en ese momento) y protectores faciales de plástico (que previenen también el contagio por vía ocular /conjuntiva). Y recomendando además su uso en combinación en situaciones de alto riesgo. Increíblemente, el mundo occidental (incluye nuestro país) perdió mucho tiempo en reconocerlo y hacerlo obligatorio”, explicó a Infobae el doctor Martín Lombardero, que citó un estudio científico publicado en Nature que respalda su comentario. ( ver “Eliminación de virus respiratorios al exhalar y eficacia de las mascarillas faciales “Nature Medicine | VOL 26 | May 2020 | 676–680).

“El uso general de barbijos y máscaras en la comunidad disminuye la circulación viral y con ellos la carga viral. El grafico muestra las probabilidades de contagio que un paciente COVID 19 + puede generar en corta distancia con y sin barbijo. Destaca la alta infectividad de un paciente COVID 19 + sin barbijo… aun utilizando barbijo su contacto cercano. Y destaca la importantísima disminución del riesgo de contagio cuando el paciente infectado lo usa”, remarcó el especialista.

Y agregó: “Esto vuelve a confirmar la importancia de la obligación de uso en la comunidad, dado que no sabemos quién es presintomático, leventemente sintomático o portador asintomático. Y más aún si es sintomático (y está aislado en su casa con familia). En este último caso, le agregaría un papel “filtro de rollo de cocina” dentro de su barbijo para disminuir aún más la propagación en su entorno”. Lombardero señaló que el gráfico destaca también la importancia de la combinación de barbijo + protector facial plástico (que usamos en ambientes médicos en contacto con pacientes COVID +) con muestra una importante reducción del contagio frente a un paciente COVID 19 +, aun sin barbijo. La afirmación de Lombardero coincide con lo expuesto por el director del Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas de los Estados Unidos (NIAID, por sus siglas en inglés), Anthony Fauci, que hace dos semanas se refirió en una entrevista a la necesidad extra de proteger los ojos de las personas además de continuar llevando una mascarilla que cubra la boca y la nariz.

El máximo responsable de la prevención de los contagios y quien tiene a su cargo la actual lucha contra el coronavirus indicó que además de las máscaras faciales resultaría más eficiente aún colocarse unas antiparras, gafas protectoras de ojos para evitar los contagios.

“Teóricamente deberías proteger todas las superficies de la mucosa [ojos, nariz, boca], así que, si tienes antiparras, gafas o un protector ocular, debes usarlo. No está recomendado universalmente, pero si realmente quieres estar completamente protegido, deberías usarlo si puedes”, dijo en una entrevista con ABC News a través de Instagram. Actualmente, los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) advierten que el coronavirus Sars-CoV-2 puede ingresar al organismo a través de los ojos y que por eso portar sólo un tapabocas no sería suficiente.

Fauci evaluó que seguramente no haya sido “universalmente recomendado” por el simple hecho de que “es muy fácil para las personas hacer una mascarilla de ropa” en desmedro de unas antiparras o gafas protectoras. “Si realmente quieres una protección perfecta, debes saber que tienes mucosa en tu boca, mucosa en tu nariz, y tus ojos también tienen mucosa. Entonces, teóricamente tú deberías proteger todas las superficies mucosas”, explicó el médico infectólogo.

Lombardero recordó el trabajo publicado en Sociedad de Imágenes Cardiovasculares de la Sociedad Interamericana de Cardiología (SISIAC), en Infobae y también en conferencia en vivo, “COVID-19: Más allá de su alta infectividad... ¿por qué nos contagiamos tanto? Hipotesis de la 3er Vía de contagio”, en donde esta hipótesis estaba basada en trabajos previos de aerobiología de la doctora Lydia Bourouiba, directora del Laboratorio de Transmisión de Enfermedades y Dinámica de Fluidos del Massachusetts Institute of Technology (MIT, EEUU) y del doctor Kazuiro Tateda, presidente de la Asociación de Enfermedades Infecciosas de Japón.

Ambos, en forma separada, demostraron mediante videos ultrasensibles -de 1000 cuadros/s- que una nube de gas turbulento llena de micropartículas era expulsada por modelos humanos reales en cada exhalación, tos, estornudo e inclusive al hablar y más aún al hacerlo fuerte.

Dentro de esta nube, los virus quedan atrapados en microgotas de todos los tamaños. A medida que la nube se desplaza, y dependiendo de las condiciones de temperatura y humedad ambiental, grado de turbulencia, velocidad de desplazamiento y flujo de aire, las microgotas van contaminado las superficies en su recorrido o se van evaporando (deshidratando) dentro la nube, que termina con residuos virales que pueden permanecer en el aire suspendidos por un tiempo variable.

“Incorporamos entonces en ese momento y como probable el concepto de la ‘3er vía de contagio’: las microgotas deshidratadas ultralivianas transformadas en micropartículas se denominaban aerosoles y podrían contener virus. Sin embargo, este aerosol residual estaría influenciado por corrientes de aire y ventilación, siendo relativamente sencilla su dispersión. Esta hipótesis podría explicar el alto grado contagio que observábamos en centros de salud en ese momento. Además de la clásica explicación de las dos vías de contagio de un virus respiratorio (directo, de persona a persona a menos de 2 metros de distancia y por contacto de superficie); algo más parecía estar sucediendo en un mundo sin control de su pandemia”, había comentado Lombardero.

A principios de abril, un grupo de 36 expertos en calidad del aire y aerosoles instó a la Organización Mundial de la Salud a que examinara las crecientes pruebas de transmisión aérea del coronavirus. El organismo respondió con prontitud, llamando a Lidia Morawska, la líder del grupo y consultora de la OMS desde hace mucho tiempo, para que organizara una reunión. Pero el debate estuvo dominado por unos pocos expertos que son firmes partidarios del lavado de manos y consideraron que debía hacerse hincapié en el tema de los aerosoles, según algunos participantes, y el consejo del comité no cambió.

Morawska y otros señalaron varios incidentes que indican una transmisión del virus por vía aérea, en particular en espacios interiores mal ventilados y abarrotados. Dijeron que la OMS hacía una distinción artificial entre los aerosoles diminutos y las gotas más grandes, aunque las personas infectadas producen ambos.

“Sabemos desde 1946 que la tos y el habla generan aerosoles”, dijo Linsey Marr, experta en transmisión aérea de virus en Virginia Tech. Los científicos no han podido cultivar el coronavirus a partir de aerosoles en el laboratorio. Pero eso no significa que los aerosoles no sean infecciosos. La mayoría de las muestras en esos experimentos han venido de cuartos de hospital con buen flujo de aire que diluiría los niveles virales. En la mayoría de los edificios, “la tasa de intercambio de aire suele ser mucho menor, lo que permite que el virus se acumule en el aire y represente un mayor riesgo”, agregó.

“La OMS también se basa en una definición anticuada de transmisión aérea”, indicó Marr. La agencia cree que un patógeno de transmisión aérea, como el virus del sarampión, tiene que ser altamente infeccioso y viajar largas distancias.

En general, la gente “piensa y habla de la transmisión por vía aérea de manera profundamente estúpida”, dijo Bill Hanage, epidemiólogo de la Escuela de Salud Pública T.H. Chan de Harvard. “Tenemos la noción de que la transmisión por aire significa gotas que cuelgan en el aire capaces de infectarte muchas horas después, que van a la deriva por las calles, a través de los buzones y que llegan a las casas de todas partes”, dijo Hanage.

Todos los expertos están de acuerdo en que el coronavirus no se comporta de esa manera, ya que parecía ser más infeccioso cuando la gente estaba en contacto prolongado a corta distancia, especialmente en interiores, y más aún en eventos de superdifusión, exactamente lo que los científicos esperaban de la transmisión en aerosol.

“No hay pruebas irrefutables de que el SARS-CoV-2 viaja o se transmite significativamente por medio de aerosoles, pero no hay absolutamente ninguna evidencia de que no sea así”, concluyó Trish Greenhalgh, médico de atención primaria de la Universidad de Oxford en Gran Bretaña.